El hotel embrujado y la habitación que nunca debía ser ocupada
La niebla cubría la carretera como una sábana fantasmal mientras el coche de Laura y Javier avanzaba lentamente hacia el destino señalado por el GPS. Una tormenta eléctrica iluminaba brevemente el horizonte, revelando las siluetas de las frondosas montañas que rodeaban el viejo Hotel Serrano. La pareja había sido invitada a un retiro exclusivo para escritores en el que Laura, autora en ciernes, tenía todas sus esperanzas puestas. Javier solo deseaba unas vacaciones tranquilas lejos del ruido de la ciudad.
Al llegar al hotel, el aspecto lóbrego de la antigua edificación y la oscuridad profunda del bosque cercano llenaban el lugar de un aire de leyenda casi palpable. El interior no era menos impactante: lámparas de araña, muebles victorianos y largos pasillos iluminados tenuemente por candelabros. El conserje, un hombre entrado en años con el rostro curtido por el tiempo, les dio la bienvenida. Se presentó como Don Manuel y les entregó la llave de su habitación.
—Bienvenidos, huéspedes. Espero que disfruten su estancia. Pero, por favor, eviten acercarse a la habitación 207 —advirtió Don Manuel con una mirada tan seria que Laura no pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espalda.
—¿Por qué? —preguntó Javier, sonriendo con desdén.
—Es una habitación especial —respondió Don Manuel secamente—. No se les ocurra entrar.
Las advertencias misteriosas suelen tener el efecto contrario en quienes las escuchan, y en este caso, Laura y Javier no pudieron resistirse a la tentación. Después del check-in y una breve exploración de las instalaciones, como el salón de té y la biblioteca, decidieron dar una vuelta por los oscuros corredores del hotel.
«207…» murmuró Laura, recordando la advertencia del conserje. El número dorado sobre la puerta oscura la tenía hipnotizada. Javier, aún más intrigado, giró el pomo despacio y la puerta se abrió con un ligero chirrido. La habitación estaba cubierta de una penumbra opresiva, apenas iluminada por la luz que se filtraba desde el pasillo.
—¿Entramos? —preguntó Javier con una sonrisa traviesa. Laura asintió, aunque el instinto le gritaba que no lo hiciera.
La habitación parecía común a simple vista: una cama con dosel, un espejo antiguo y una mesita de noche. Sin embargo, una sensación de desasosiego los invadió al entrar. De pronto, un fuerte golpe resonó, haciendo que la puerta se cerrara de golpe detrás de ellos.
—¡Esto no me gusta, Javier! —dijo Laura, mirando a su alrededor con nerviosismo. Entonces, el espejo en la pared reflejó algo que no estaba allí. Una figura oscura y amorfa, distinta a sus propias siluetas.
—¡Dios mío! —exclamó Javier y corrieron hacia la puerta, encontrándola firmemente cerrada.
Los segundos se hicieron eternos, y en medio de su creciente pánico, vieron cómo la figura espectral se acercaba. Parecía flotar, carente de verdaderos pies y sus ojos vacíos los observaban con una maldad palpable. Justo cuando el espectro estaba a punto de tocarlos, sintieron una fuerte sacudida y, de repente, la puerta se abrió de nuevo. Don Manuel estaba allí, con el rostro pálido y sudoroso.
—¿Se encuentran bien? —preguntó, ayudándolos a salir—. Les advertí que no debían entrar.
Laura y Javier, jadeantes, asintieron en silencio. Don Manuel les explicó que la habitación 207 había sido la sede de un terrible asesinato muchos años atrás. Una joven pareja, similar a ellos, había sido víctima de un crimen sin resolver. Desde entonces, sus almas inquietas habían maldecido la habitación.
—No podemos mudarnos ahora, es tarde y el camino es peligroso con esta tormenta —dijo Don Manuel—. Permítanme cambiar a otra habitación y disculpen el incidente.
Los días siguientes en el hotel pasaron con una calma inquietante. Laura y Javier no podían quitarse de la mente la experiencia traumática, y la atmósfera oscura del hotel no ayudaba. Una noche, mientras exploraban la biblioteca, encontraron un viejo diario escondido en un compartimento secreto del mueble.
La portada, desteñida y polvorienta, tenía las iniciales E.G. Al abrirlo, fechada hace más de cincuenta años, una serie de entradas sobre una pareja que había encontrado algo tan aterrador como lo que ellos mismos experimentaron. En las líneas temblorosas del diario descubrían la historia de Enrique y Gabriela, atrapados por las almas torturadas de la habitación 207. Leyeron sobre rituales y conjuros, sobre explicaciones heterodoxas y descripciones de aquellos fantasmas.
Cada noche, nuevos eventos sacudían a los huéspedes. Extraños ruidos, puertas que golpeaban por sí mismas y una sensación persistente de no estar solos. La consigna de no mencionar la habitación 207 se respetaba a rajatabla, pero la tensión y el miedo eran evidentes en cada mirada, en cada susurro.
Un día, Laura y Javier decidieron que ya era suficiente. Junto a María y Carlos, una pareja de huéspedes recién llegados, planearon enfrentar al horror de una vez. Bajo la luz de las velas, en la penumbra de la bodega, los cuatro se armaron de valor y objetos antiguos descubiertos en la misma biblioteca. Velas, amuletos y símbolos de protección serían sus compañeros en el enfrentamiento.
—Debemos liberar a esos espíritus. No soy creyente, pero esto no puede seguir así —dijo María, con una determinación feroz en su mirada.
De vuelta en la habitación 207, la sensación de opresión era más intensa que nunca. Juntaron fuerzas y, sosteniendo el diario en una mano y los amuletos en la otra, comenzaron a recitar el conjuro indicado en las páginas amarillentas.
La habitación se llenó de susurros y gritos. El espectro se materializó, más amenazante que nunca. La habitación tembló y el suelo crujió bajo sus pies. Pero con cada palabra del conjuro, la figura perdía fuerza, su contorno se desdibujaba y sus ojos vacíos se tornaban menos intensos.
Al final, en un grito desgarrador, el espectro se desvaneció, llevándose consigo el peso del horror que durante mucho tiempo había condenado al hotel. Laura, Javier, María y Carlos cayeron al suelo, exhaustos pero victoriosos.
Al día siguiente, el sol brillaba con una calidez reconfortante. Don Manuel, agradecido y asombrado, les expresó su emoción y gratitud. El hotel parecía renacer con una nueva energía. La maldición había sido levantada, y con ella, la esperanza de un futuro libre de sombras se instaló en cada rincón del Hotel Serrano.
Entonces, Laura y Javier decidieron quedarse. Reunidos con otros huéspedes, compartieron su historia en una sobremesa tranquila. La experiencia se convirtió en su fuente de inspiración, y Laura finalmente escribió su novela más reconocida, “El Hotel Embrujado”.
Moraleja del cuento «El hotel embrujado y la habitación que nunca debía ser ocupada»
La curiosidad puede llevarnos hacia territorios desconocidos y peligrosos, pero el coraje y la unión pueden vencer las sombras más oscuras. A veces, enfrentar nuestros miedos es la clave para liberar no solo a quienes nos rodean, sino a nosotros mismos, descubriendo una fuerza interior que jamás imaginamos poseer.