El parque de atracciones y el carrusel de los horrores nocturnos
En una pequeña ciudad, una tarde de otoño, un grupo de amigos encontró un viejo panfleto en el suelo. Sandra, David, Miguel y Laura miraron el papel amarillento y desgastado que anunciaba la reapertura de un antiguo parque de atracciones en las afueras de la ciudad, cerrado desde hacía décadas. La curiosidad los envolvió como una niebla espesa, especialmente a Sandra, una chica de cabellos oscuros y vivaces ojos verdes que siempre ansiaba aventuras misteriosas.
«¿Qué os parece si vamos esta noche?», sugirió David. Su voz, siempre cargada de seguridad, dejó claro que no aceptaría un ‘no’ por respuesta. David era alto, de complexión atlética y con una sonrisa pícara que siempre lograba convencer a sus amigos.
«Dicen que ese parque está maldito», replicó Laura, con su tono temeroso habitual. Era una joven delgada, de piel clara y con una melena rubia recogida en una coleta, lo que acentuaba su expresión de susto perpetuo.
«Eso son solo supersticiones, Laura», respondió Miguel, tratando de tranquilizarla. Miguel tenía una apariencia amigable, con sus grandes gafas y su pelo castaño desordenado.
La tarde se desplomó rápidamente en una noche oscura y sin luna, perfecta para una aventura intrigante. Los amigos se dirigieron en bicicleta hasta el parque. Un cartel de madera carcomida por el tiempo, con letras descoloridas, les recibió con el nombre «Parque de Atracciones del Valle». Al cruzar las rejas oxidadas, un aire frío y extraño les inundó, haciendo que Laura se estremeciera.
«Este lugar es espeluznante», murmuró, susurros apenas perceptibles en la noche silenciosa.
Se adentraron en el corazón del parque, pasando por atracciones cubiertas de telarañas y óxido. De repente, un carrusel se encendió de forma inesperada. Las luces parpadeaban ominosamente y la música emitida por sus altavoces chirriantes retumbaba como un eco fantasmal.
«Vamos a verlo de cerca», propuso Sandra, adelantándose con determinación. Sentía un magnetismo inexplicable hacia aquel carrusel en movimiento.
Los cuatro amigos se colocaron alrededor del carrusel. Las figuras de madera, que deberían representar animales felices, exhibían ahora miradas siniestras y grietas que les daban un aspecto mutante y terrorífico.
«Esto no me gusta nada», dijo Laura, su voz temblando de miedo.
De repente, el carrusel se detuvo en seco y una voz grave y profunda resonó desde el centro. «Bienvenidos a mi dominio. Si queréis salir, debéis superar mis pruebas.»
«David, Sandra, Miguel… estamos atrapados», chilló Laura.
David intentó tranquilizarla: «Siempre hay una salida. Solo tenemos que superarlas. Vamos, sigamos juntos y mantengamos la calma.»
Primera prueba: Un montón de espejos apareció ante ellos, reflejando distorsiones de su propia imagen. Sandra se acercó primero, tocando uno de los espejos, y de repente fue succionada dentro. A los demás les pasó lo mismo. Quedaron atrapados en un laberinto de espejos.
«Separémonos y tratemos de encontrar la salida», sugirió Sandra desde algún lugar de aquel dédalo de imágenes distorsionadas.
Los amigos buscaron apresuradamente, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ellos. Finalmente, Miguel encontró un espejo cuyas manos tocaban al otro lado. Todos siguieron a su voz y lograron salir.
Segunda prueba: Aparecieron en una casa encantada repleta de figuras espectrales y susurros de ultratumba. David, asumiendo el rol de líder, guió a todos, recordándoles mantenerse unidos. Las figuras espectrales intentaron separarlos con susurros maliciosos, pero los amigos se mantuvieron firmes hasta hallar la salida.
Última prueba: Frente a ellos estaban cuatro figuras de ellos mismos sumidos en pavor. Debían enfrentar sus propios miedos y demostrar valor. Cada uno se enfrentó a sus temores más profundos y logró superarlos mediante la autoconfianza y el apoyo mutuo.
Con el carrusel deteniéndose y las luces apagándose, la voz grave les dijo: «Ha sido superado. Ahora sois libres.»
Los cuatro amigos salieron del parque, sintiéndose exhaustos pero aliviados. Caminando hacia la ciudad, Sandra expresó: «Lo logramos gracias a nuestro valor y amistad.»
Laura sonrió por primera vez en la noche: «Nunca habría imaginado ser tan valiente.»
«Y esta experiencia nos ha unido más», concluyó Miguel. David asintió, sabiendo que, a pesar del miedo, habían ganado algo más valioso: su fuerza y amistad inquebrantable.
Moraleja del cuento «El parque de atracciones y el carrusel de los horrores nocturnos»
La verdadera valentía no reside en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de enfrentarlo con el apoyo de quienes nos rodean. La amistad y el valor son nuestras mejores armas contra cualquier oscuridad.