El rey de los gnomos
En lo más profundo del Bosque Encantado, donde la luz del sol se filtra tímidamente entre las densas copas de los árboles, vivían diminutos seres cuya existencia era un misterio para los humanos: los gnomos. Entre ellos, se destacaba Marfíl, un gnomo de pequeña estatura y porte elegante, con una barba blanca que le llegaba hasta los tobillos y unos ojos azules que brillaban con la sabiduría acumulada durante siglos. Marfíl era el rey de los gnomos, un líder amado y respetado por su pueblo.
El Bosque Encantado se extendía a lo largo de vastas hectáreas y albergaba diversas criaturas mágicas, pero los gnomos, a pesar de su tamaño, eran los guardianes de sus secretos. Bajo el liderazgo de Marfíl, los gnomos habían construido una comunidad armoniosa y próspera. Sus casas, construidas en troncos huecos o bajo las raíces de los árboles, estaban decoradas con pétalos de flores y pequeñas piedras preciosas que brillaban bajo la luz de la luna.
Un día, mientras Marfíl supervisaba la construcción de un nuevo puente de ramitas sobre un arroyo burbujeante, llegó corriendo Nicoleta, una joven gnoma de cabello rizado y ojos verdes como la esmeralda. Nicoleta era conocida por su espíritu aventurero y su curiosidad incansable.
—¡Rey Marfíl, rey Marfíl! —exclamó entre jadeos—. ¡He descubierto algo increíble en lo más profundo del bosque!
Marfíl la miró con una mezcla de interés y preocupación. —¿Qué es lo que has encontrado, Nicoleta?
—Una cueva escondida detrás de una cascada —respondió ella—. Dentro hay unas criaturas que nunca antes había visto. Parecen estar atrapadas y necesitan nuestra ayuda.
La noticia se propagó rápidamente, y en cuestión de minutos, un grupo de gnomos se reunió alrededor del rey Marfíl, todos ansiosos por saber más. Entre ellos estaba Ciro, el mejor amigo de Marfíl, un gnomo regordete de sonrisa sincera y manos hábiles, siempre dispuesto a ayudar.
—Esto suena peligroso —dijo Ciro, frunciendo el ceño—. Pero si esas criaturas están en problemas, debemos hacer algo.
—Tienes razón, Ciro —respondió Marfíl, con un tono grave—. Debemos investigar y, si realmente necesitan nuestra ayuda, actuaremos, como hemos hecho siempre.
Guiados por Nicoleta, el grupo se adentró aún más en el bosque. Los árboles eran tan antiguos que sus raíces creaban intrincadas redes sobre el suelo y sus ramas formaban arcos que parecían portales a otros mundos. Finalmente, llegaron a la cascada. Sus aguas cristalinas caían con fuerza sobre un estanque, creando una sinfonía natural que llenaba el aire.
Detrás de la cortina de agua, encontraron la entrada a la cueva. El interior estaba iluminado por extrañas piedras que brillaban con una luz propia, proyectando colores iridiscentes en las paredes. Allí, acurrucadas en un rincón, estaban las criaturas que Nicoleta había mencionado. Eran pequeños y frágiles, con alas translúcidas y cuerpos que destellaban como si estuvieran hechos de cristal.
—Somos las Lucientes —dijo una de ellas con voz temblorosa—. Nos quedamos atrapadas aquí cuando un deslizamiento de tierra bloqueó la entrada.
Marfíl dio un paso al frente, mirando a las Lucientes con compasión. —No os preocupéis, os ayudaremos a salir de aquí.
El trabajo no fue sencillo. Los gnomos utilizaron herramientas diminutas y una gran dosis de ingenio para despejar la entrada de la cueva. Trabajaron sin descanso, guiados por la determinación y la solidaridad que los caracterizaba. Mientras tanto, las Lucientes miraban con esperanza, sus cuerpos brillando con una luz cada vez más intensa.
Finalmente, después de muchas horas de esfuerzo, lograron abrir un paso lo suficientemente grande para que las Lucientes pudieran salir. La luz del sol se filtró en la cueva, y las criaturas alaron sus alas por primera vez desde hacía mucho tiempo, volando hacia la libertad.
—¡Lo hemos logrado! —exclamó Nicoleta, con una sonrisa que iluminó su rostro.
—Gracias, Rey Marfíl, y gracias a todos vosotros, valientes gnomos —dijo la líder de las Lucientes, inclinándose en señal de gratitud—. Nunca olvidaremos lo que habéis hecho por nosotros.
—Estamos felices de haber podido ayudaros —respondió Marfíl, con humildad—. Somos todos habitantes de este bosque y debemos cuidarnos unos a otros.
De regreso a su aldea, los gnomos fueron recibidos como héroes. La noticia del rescate se propagó rápidamente, y pronto otros habitantes del bosque vinieron a agradecérseles. Los árboles susurraban historias del valiente rescate, y las flores perfumaban el aire con mayor intensidad como muestra de regocijo.
—Rey Marfíl, has demostrado una vez más por qué eres nuestro líder —dijo Ciro durante la celebración—. Tu bondad y sabiduría son un faro para todos nosotros.
—No lo hice solo, Ciro —respondió Marfíl con una sonrisa—. Todos vosotros sois la verdadera fuerza de este reino. Juntos, podemos enfrentarnos a cualquier desafío.
Las Lucientes, ahora libres y agradecidas, prometieron guardar el Bosque Encantado durante la noche, iluminándolo y manteniendo alejadas a las amenazas. Desde ese día, una especial amistad se forjó entre los gnomos y las Lucientes, fortaleciendo aún más la armonía del bosque.
Los días pasaron, pero la hazaña de Marfíl y su gente se convirtió en una leyenda. Los gnomos siguieron viviendo en su pequeño paraíso, sabiendo que, a pesar de su diminuto tamaño, su valentía y generosidad eran gigantescas. Marfíl continuó reinando con sabiduría y justicia, siempre recordando que cada ser, por pequeño que sea, tiene el poder de hacer grandes cosas.
Moraleja del cuento «El rey de los gnomos»
En este mundo, no importa cuán pequeños o insignificantes nos podamos sentir; siempre tenemos el poder de marcar una diferencia. La verdadera grandeza se encuentra en nuestros corazones y en nuestra capacidad de ayudar a los demás, mostrando que, con valentía y solidaridad, podemos superar cualquier adversidad.