Cuento: El susurro del viento entre las ramas del árbol de los deseos

Cuento: El susurro del viento entre las ramas del árbol de los deseos 1

El susurro del viento entre las ramas del árbol de los deseos

En la aldea de Lirial, los susurros del viento arrastraban secretos y confidencias de tiempos remotos.

Allí, entre caminos serpenteantes y casitas con techos de paja, crecía el árbol de los deseos, cuyas hojas susurraban melodías que prometían calmar el alma más intranquila.

Al pie de aquel gigante, se encontraban dos figuras, Elin y Aro, unidos por el cariño y la curiosidad de explorar la magia que envolvía el lugar.

Elin, de mirada serena y palabras suaves, siempre había creído en el poder de los deseos, mientras que Aro, de sonrisa fácil y corazón aventurero, disfrutaba de los misterios que la naturaleza escondía.

«¿Qué pedirás?», preguntó Aro, sus ojos brillando al fragmentarse la luz del crepúsculo en su mirada.

«Shhh, no puede decirse en voz alta o no se cumplirá», respondió Elin con voz apenas audible, como si temiera romper el hechizo del árbol de los deseos.

Mientras el viento jugaba con los mechones de cabello de Elin, un leve suspiro se escapaba de sus labios y se perdía entre las ramas, llevando consigo el deseo más profundo de su corazón.

El árbol susurró de vuelta, las hojas bailaron al son de una melodía ancestral y algo en el aire cambió, un aroma dulce y reconfortante los rodeó.

No muy lejos, la vieja Morana, que conocía todos los cuentos y leyendas de Lirial, observaba la escena. «Los deseos verdaderos siempre encuentran su camino», murmuraba mientras su gato, Lys, tejía entre sus piernas, esbozando un suave ronroneo de aprobación.

Aro, con una sonrisa cómplice, contemplaba cómo Elin se llenaba de una paz que solo el árbol podía otorgar.

«Vamos, tu turno», incitó ella, entregándole una pequeña roca plana que había recogido a orillas del río Rial, cuyas aguas reflejaban la plata de la luna.

Cerrando los ojos, Aro dejó que sus pensamientos volaran, elevándose con el viento hasta depositarse con gentileza entre los brazos involucrables del árbol.

Cuando abrió sus ojos, la sonrisa que había adornado su rostro se había transformado en una expresión de asombro atónito.

«¿Lo sientes?», preguntaba Elin, notando cómo la energía vibraba a su alrededor, un cosquilleo casi tangible que les aseguraba que algo extraordinario estaba a punto de ocurrir.

Con el correr de las horas, mientras la luna ascendía soberana en el cielo, los deseos de Elin y Aro comenzaron a tejer una danza invisible con los hilos del destino, entrelazándose con las vidas de los pobladores de Lirial y sus sueños a punto de florecer.

El herrero, cuyo amor por la forja era tan ardiente como su amor perdido, despertó de un sueño profundamente reparador con una idea que lo haría recordar en los anales del tiempo.

La panadera, cuyas manos habían amasado esperanzas y bollos con igual dedicación, encontró un nuevo aroma que endulzó el amanecer de todo el pueblo.

Y así, cada habitante de Lirial experimentaba pequeños milagros, aunque no todos sabían que su origen yacía en dos corazones enamorados que habían compartido sus sueños bajo las ramas del árbol que susurraba con el viento.

Al llegar el alba, Elin y Aro, de manos entrelazadas, se alejaban del árbol.

Detrás, las primeras luces del día bañaban las hojas en tonos dorados, y una brisa matutina agitaba sus ramas en un gesto que parecía de agradecimiento.

La pareja no necesitó hablar, sus miradas lo decían todo.

Al compartir sus deseos con el viento, sin saberlo, habían entrelazado sus almas aún más, y en aquel entrelazado yacía la magia más pura de existir: el amor que crece y se fortalece cuando se desea la felicidad del otro tan intensamente como la propia.

Elin, con un suspiro, se recostó sobre el hombro de Aro mientras la quietud de la mañana los acogía.

«Cada vez que el viento susurre, pensaré en este momento», susurró ella con una sonrisa plácida, y Aro, con un abrazo protector, selló la promesa de un futuro compartido.

Morana, desde su ventana, sonreía con la sabiduría de quien ha vivido lo suficiente para reconocer los hilos invisibles que unen los destinos.

«Ese árbol», pensó, «sabe bien cómo tejer historias de amor y esperanza lanzando deseos al viento.» Y con un parpadeo complaciente, giró su mirada hacia un nuevo día en Lirial.

Moraleja de «El susurro del viento entre las ramas del árbol de los deseos»

El amor verdadero se nutre de los deseos puros, aquellos que nos llevan a soñar no solo por nosotros, sino por la felicidad de quien amamos.

Y es en ese acto de generosidad donde se encuentra la auténtica magia capaz de transformar el mundo que nos rodea.

Abraham Cuentacuentos.

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