El viaje de descubrimiento en el campamento de verano
Era mediados de junio cuando el campamento de verano abrió sus puertas, desvelando un lienzo de verdes pastos y cielos abiertos.
En su centro, un lago brillaba como un espejo, reflejando el ansia de aventuras y amores juveniles por nacer.
Entre los jóvenes que caminaban por el sendero polvoriento se encontraba Alba, con sus ojos de color cielo tormentoso y un corazón palpitante de secretos inconfesos.
Su risa, suave como el murmullo de un arroyo, era la melodía que acompañaba sus pasos inciertos hacia la independencia.
A su lado, el enigmático Gabriel, con su cabello rebelde y una sonrisa que escondía más de lo que revelaba.
Solitario por elección y observador por naturaleza, había encontrado en esos bosques un refugio para su alma errante.
La primera noche, bajo un manto de estrellas, el crepitar de la fogata tejió conexiones entre desconocidos.
«Creo que cada estrella es un sueño por cumplirse», murmuró Alba, sin saber que esas palabras tocarían una fibra oculta en el corazón de Gabriel.
«Y, ¿qué sueño seguirías si pudieras alcanzar las estrellas?» preguntó Gabriel, mirándola con genuino interés.
Los ojos de Alba brillaron reflexivos antes de contestar: «El de encontrar un amor que sea como un viaje, siempre nuevo, siempre sorprendente».
Los días seguían y cada actividad los encontraba juntos, de casualidad o destino no lo sabían.
Escaladas, natación, y las noches de historias en las que las miradas se cruzaban cada vez que el fuego iluminaba sus rostros.
En una de las excursiones, mientras los demás se adentraban en el bosque, Alba se retorcía el tobillo.
Gabriel, siempre atento, se convirtió inmediatamente en su apoyo. «Es extraño que esta torcedura nos uniera aún más», dijo ella con una sonrisa que no alcanzaba a esconder su dolor.
«A veces, el destino utiliza caminos sinuosos para mostrarnos lo que necesitamos ver», respondió Gabriel mientras la ayudaba a caminar.
Los cuidados de Gabriel hicieron que el esguince de Alba fuese más llevadero, y las horas de reposo se convirtieron en confesiones susurradas y sueños compartidos.
Alba, que siempre había temido mostrar su vulnerabilidad, encontraba en Gabriel un puerto seguro.
Una tarde, tras una intensa jornada de juegos, se refugiaron bajo el toldo de un árbol. «Si yo fuese uno de tus sueños, ¿intentarías alcanzarme?» preguntó Gabriel con una mezcla de temor y esperanza.
Con las mejillas teñidas de un rubor sincero, Alba contestó: «Siempre he creído que los sueños más hermosos son aquellos por los que no hay que saltar a las estrellas, sino aquellos que caminan a nuestro lado».
El verano se desvanecía y con él, el miedo a lo que vendría después.
El día de la despedida, se prometieron cartas y llamadas, pero ambos sabían que el campamento había sido un paréntesis.
El último abrazo fue un cruce de caminos, un final que anticipaba nuevos encuentros.
«No importa donde nos lleve la vida, este verano quedará con nosotros», dijo él con un hilo de voz.
Con los ojos brillantes de lágrimas y esperanza, Alba susurró: «No es un adiós, es un hasta luego. Las historias más bonitas son las que continúan aun cuando no están siendo narradas».
Y así, entre promesas de un mañana incierto y la certeza de un sentimiento nacido entre risas y estrellas, Alba y Gabriel se despidieron.
No como el final de una historia, sino como el preludio de muchas más por escribir.
Los meses pasaron y, fiel a su palabra, Gabriel se convirtió en el guardián de la correspondencia más esperada por Alba.
Sus letras eran puentes tendidos entre dos corazones que el tiempo y la distancia no lograban separar.
Cuando el siguiente verano asomó y el campamento reabrió sus puertas, Alba y Gabriel se encontraron.
No como dos extraños que compartieron casualidades, sino como almas que supieron cuidar las llamas de un amor naciente.
El lago, testigo de su primer encuentro, reflejó en sus aguas tranquilas dos sonrisas que no necesitaban palabras para entenderse.
«Este viaje apenas comienza», dijo Gabriel mientras tomaba la mano de Alba. «Y no hay nadie con quien prefiera recorrerlo».
El viento llevó sus palabras, sus risas y el palpitar de dos corazones que habían encontrado su camino en la serenidad de un campamento que ya no era solo un lugar, sino un inicio.
Desde ese verano, el campamento no fue solo un cúmulo de recuerdos, sino un capítulo recurrente de su viaje juntos.
Años después, volverían siempre al mismo sitio, bajo las mismas estrellas, a recordar dónde comenzó su historia.
Moraleja del cuento Cuentos de amor: El viaje de descubrimiento en el campamento de verano
Quizás los amores más verdaderos son aquellos que florecen en la tierra de lo cotidiano, crecen en la dedicación mutua y se fortalecen con la distancia.
Son amores que no aguardan en las estrellas, sino en los pequeños momentos compartidos, en los viajes que comienzan en un campamento de verano y se extienden hacia el infinito.
Abraham Cuentacuentos.