Cuento de Navidad: La corona de adviento encantada

Cuento de Navidad: La corona de adviento encantada 1

La corona de adviento encantada

En la aldea de los pinos nevados, donde el silencio solo era interrumpido por el crujir de las pisadas sobre la nieve fresca, la Navidad estaba a punto de tejer una historia mágica.

En la pequeña casa color canela, donde el humo ascendía perezosamente por la chimenea, vivía una anciana de cabellos blanquecinos como la espuma del mar llamada Doña Rosaura.

La piel de sus manos, arrugada como las hojas de otoño, guardaba el secreto de artistas de antaño, pues era la heredera de una tradición olvidada: la creación de coronas de adviento encantadas.

Doña Rosaura, con sus ojos de espíritu jóven y chispeante, había confeccionado para esta Navidad una corona particular, adornada con cuatro velas de colores del bosque y bañada en una fragancia de madera y miel.

Mas esta corona no era mera decoración; guardaba en sí el poder de cumplir un deseo puro de Navidad.

Un día, mientras la nieve danzaba en el aire helado, Doña Rosaura recibió la visita de tres niños del pueblo: Leo de mirada curiosa y cabellos encendidos como las llamas del hogar, Alma de trenzas doradas y voz tan melódica como el cantar de un jilguero y Félix, pequeño y silencioso, con ojos grandes que reflejaban la profundidad del cielo nocturno.

Los niños, huérfanos de amor y compañía, asiduos en buscar afecto en la anciana, se aproximaron a la corona.

Leo: «Doña Rosaura, ¿qué hace especial a esta corona?»

Doña Rosaura: «Queridos niños, esta no es una simple corona. Alguien con un corazón sincero y un deseo honesto puede pedir un milagro en la víspera de Navidad, y al encender la última vela, su deseo se cumplirá.»

Los niños, con ojos brillantes y corazones henchidos de esperanza, pactaron en secreto pedir juntos un deseo, un deseo que apenas se atrevían a susurrar, incluso entre ellos: una familia.

A medida que las semanas de adviento pasaban y las velas se encendían una a una, los niños, guiados por Doña Rosaura, realizaron actos de bondad por todo el pueblo, ablandando los corazones endurecidos por el frío del invierno y tejiendo lazos de afecto y unidad entre los aldeanos.

Con cada buena obra, la corona parecía cobrar vida, sus colores fulguraban con más intensidad y su fragancia envolvía cada rincón de la casa.

Entonces llegó la Nochebuena, noche en la que los deseos y la magia se asoman entre los pliegues de la realidad.

Aldeanos, atraídos por una fuerza inexplicable, se reunieron en torno a la casa de Doña Rosaura.

Allí, frente al fuego que consumía los últimos troncos, los niños tomaron la decisión más importante de sus vidas.

Alma: «Ha llegado el momento. ¿Estáis listos?»

Félix: «Sí, aunque… ¿y si no sucede nada?»

Leo: «Tiene que suceder. Siento que toda la aldea está aquí por alguna razón.»

Con manos temblorosas pero repletas de ilusión, encendieron la última vela.

Un destello cegador surgió de la corona, envolviendo a todos con su luz cálida y reconfortante.

Al disiparse, la magia había obrado su milagro: los aldeanos, asombrados, se miraban unos a otros como si despertasen de un largo sueño.

Los corazones solitarios encontraron compañía; los rencorosos, perdón; los afligidos, consuelo; y los niños, hallaron no solo una familia sino un hogar completo en los brazos de toda la aldea.

La corona, ahora sin luz, se transformó en símbolo de unión y esperanza, y Doña Rosaura, sonriendo bajo lágrimas de júbilo, supo que su labor había concluido.

La Navidad en la aldea de los pinos nevados pasó a ser conocida como la Navidad del milagro, donde la corona de adviento no solo concedió un deseo, sino que curó las almas y fortaleció lazos rotos.

Leo, Alma y Félix crecieron en un hogar cálido donde cada Nochebuena se recordaba el legado de Doña Rosaura y se encendía una vela en honor a la magia que continúa latente, esperando por aquellos corazones puros dispuestos a soñar.

Moraleja del cuento La corona de adviento encantada

La verdadera magia de la Navidad no reside en los deseos cumplidos, sino en el amor compartido y las relaciones que, como luces de adviento, iluminan nuestras vidas y nos recuerdan que juntos somos más fuertes y capaces de obrar milagros.

Abraham Cuentacuentos.

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