Cuento de Navidad: La fiesta de las promesas olvidadas

Cuento de Navidad: La fiesta de las promesas olvidadas 1

La fiesta de las promesas olvidadas

En la pequeña aldea de Valdeverde donde las chimeneas humeantes dibujaban caprichosos arabescos en el cielo invernal, la Navidad no era sólo una fecha marcada en el almanaque; era la promesa de un milagro.

Los lugareños solían reunirse bajo el centelleante resplandor de las guirnaldas para compartir anécdotas y manjares.

Sin embargo, aquel año, un manto de tristeza parecía cubrir el pueblo, pues la tradicional fiesta navideña estaba al borde de la cancelación.

El motivo eran los recuerdos de promesas olvidadas, y el viejo carpintero, Sereno, estaba decidido a recuperar la magia perdida.

Este hombre de avanzada edad, cuyas manos parecían tallar la ternura en cada juguete que creaba, albergaba una mirada que había visto demasiados inviernos, pero aún brillaba con la esperanza del primer copo de nieve.

«Debe haber un modo de devolver la alegría a Valdeverde», pensó Sereno, sentado en su viejo sillón junto al crepitar del fuego.

La respuesta vino con la llegada de Mateo, un joven forastero de cabellos como hilos de oro y sonrisa fácil, que, con su arribo, trajo consigo vientos de cambio.

Este muchacho, tan lleno de vida, caminaba por las calles observando la desolación que precedía a la festividad.

«¿Qué aflige tanto a este pueblo?» preguntó a Sereno, que solía relatar historias frente al anciano olmo que servía de punto de encuentro.

El carpintero, con voz serena, replicó, «Son las promesas que se hicieron y se olvidaron; los lazos que el tiempo deshilachó.»

Inspirado por las palabras de Sereno, Mateo propuso una idea singular: «¿Por qué no hacemos una fiesta donde el único regalo sea la realización de una promesa olvidada? Será un evento donde cada uno pueda redimir los juramentos de antaño y volver a conectar corazones.» Sereno, con una chispa de entusiasmo encendida en sus ojos cansados, aceptó el desafío.

Juntos, anunciaron la Fiesta de las Promesas Olvidadas.

El rumor corrió como río en primavera, y poco a poco las casas se decoraron, y los aromas de dulce y pino llenaron el aire mientras se acercaba la nochebuena.

Sereno, por su parte, retomó un proyecto que había abandonado: un delicado carrusel de madera.

Recordó la promesa a su nieta, Clara, que al partir para la ciudad, le había pedido un juguete único. «Será el más hermoso carrusel que jamás hayas visto», le había dicho con una sonrisa.

Ahora, con las manos temblorosas pero el corazón firme, trabajó noche y día para cumplir su palabra.

La víspera de Navidad, el pueblo se reunió en la plaza principal. Los rostros eran cuadros de cautela y anticipación; la desconfianza en los ojos se mezclaba con una sutil chispa de expectativa.

Uno a uno, comenzaron a cumplir sus promesas.

La primera en acercarse fue Doña Mariana, la panadera, quien había prometido enseñar su arte a quien quisiera aprender.

Con voz temblorosa, anunció que a partir de entonces, su obrador estaría abierto para quienes portaran la curiosidad y el deseo de amasar y hornear.

Tras ella, Don Carmelo, el huraño herrero, se presentó con una campana de bronce que resonó melodiosa al viento. «Hace años prometí que forjaría una campana para anunciar la alegría en nuestro pueblo», dijo, y al instante, su obra fue colgada en lo alto del campanario de la iglesia.

Y así, una tras otra, las promesas fueron cumplidas, sellando antiguos pactos y forjando nuevos lazos.

El joven Mateo, por su parte, prometió a los niños del pueblo que cada año traería una historia nueva para compartir bajo el olmo y les contaría cuentos hasta que las estrellas palidecieran en el firmamento.

Al fin, llegó el turno de Sereno. Con un suspiro que parecía cargar todos los años de su vida, reveló el carrusel a los ojos encantados de los presentes.

El juguete, trabajado hasta el mínimo detalle, giraba con gracia, y cada figura reflejaba la luz de la Navidad.

Y en ese instante, justo cuando la primera estrella de la noche hizo su aparición, Clara regresó, atraída por la noticia de la fiesta.

El encuentro entre abuelo y nieta fue un hilo de lágrimas y risas que tejieron el verdadero sentido de la Navidad.

La fiesta de las Promesas Olvidadas se convirtió en una tradición anual en Valdeverde.

Fue el renacer de un espíritu comunitario, donde cada navidad, las promesas se renovaban y los corazones se llenaban de esperanza.

Sereno y Mateo contemplaban satisfechos cómo su pueblo, otrora sumido en la apatía, reía y cantaba de nuevo, inundando las calles de una luz que no venía de las guirnaldas, sino del calor humano.

Y mientras la nieve empezaba a caer suavemente, cubriendo el mundo de blanco y promesas, Sereno le susurró a Mateo con una sonrisa: «Mira lo que ha germinado de aquellos pequeños actos de valentía, de la fe y la persistencia».

Mateo, cuyo corazón había sido ganado por la generosidad de los aldeanos, asintió con gratitud y dijo: «Las verdaderas promesas son aquellas que se cumplen, incluso si han sido olvidadas por un tiempo».

La aldea de Valdeverde, con sus luces titilantes y su bullicio de cuentos antiguos, se despidió de otra nochebuena, abrigada en la certeza de que el espíritu de la Navidad residía en cada promesa hecha de corazón, en cada gesto de bondad y en el brillo de la esperanza que continúa, año tras año, desafiando al olvido.

Moraleja del cuento La fiesta de las promesas olvidadas

Las promesas son hilos que tejen la trama de nuestras vidas.

Que no sea la Navidad el único momento para recordar aquellos juramentos, sino cada instante que compartimos.

Recobrar las palabras dadas es un acto de amor que fortalece lazos y nutre el alma.

La verdadera magia navideña se encuentra en los corazones que no olvidan y en la valentía de cumplir con lo prometido, iluminando la senda de otros.

Abraham Cuentacuentos.

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