La princesa y el dragón en una historia de amistad inesperada
En una tierra muy lejana, protegida por los picos nevados de montañas escarpadas y custodiada por las profundas aguas de ríos indomables, se encontraba el reino de Altheria.
Dentro de este reino, existía un castillo tan grande que parecía abrazar el horizonte con sus torres altas.
Allí vivía la princesa Amelie, cuya belleza era superada solamente por su valentía.
Sus ojos azules como el cielo de la mañana reflejaban una curiosidad insaciable, y su cabello rubio caía en suaves cascadas hasta su cintura.
Desde pequeña, Amelie no solamente había aprendido los preceptos de la realeza sino también las habilidades de la esgrima y la estrategia de batalla, desafiando de este modo las expectativas de su tiempo.
La princesa se enfrentaba a un misterio que había desconcertado a su reino durante generaciones: la leyenda de un dragón que habitaba en las cuevas más profundas de las lunáticas montañas que rodeaban Altheria.
Se decía que el dragón era el guardián de un tesoro inimaginable y que ancianos hechizos protegían su morada, pero nadie había visto a la criatura ni reclamado el tesoro.
Un día, mientras Amelie practicaba su esgrima en los jardines del castillo, su padre, el rey Edmond, la llamó a sus aposentos.
Entre las líneas de preocupación que adornaban su noble rostro, comenzó con voz grave a relatar una serie de eventos desconcertantes. Aldeas cercanas habían sido atacadas por una fuerza desconocida, y todos los indicios señalaban a la legendaria bestia.
El rey, con el corazón pesado, le pidió a su hija que no intervenga.
Sin embargo, Amelie, con el fuego de la aventura ardiendo en su corazón, decidió que desvelaría el enigma.
Armada con su espada, un escudo con el emblema del reino, y una armadura ligera que no mermara su agilidad, partió hacia las montañas.
La travesía fue exigente; el viento helado le cortaba el rostro y las rutas sinuosas ponían a prueba su resistencia.
Las noches las pasaba junto a la fogata, contemplando las estrellas y forjando planes para enfrentar al dragón.
Después de días de incansable búsqueda, encontró la entrada a la cueva descrita en las antiguas leyendas.
El aire era tibio y olía a azufre, y de las profundidades emanaba un resplandor rojizo.
Amelie, con el pulso acelerado pero la mirada firme, ingresó al dominio de la criatura.
No había caminado mucho cuando el suelo tembló y una voz retumbó por la cueva. «¿Quién se atreve a entrar en mi morada?», tronó el dragón.
La enorme bestia, con escamas que reflejaban la luz como si mil rubíes estuviesen incrustados en su piel, se desenrolló ante la princesa.
Sus ojos ardían con una inteligencia que Amelie no esperaba.
«Vengo en busca de respuestas y no de combate», dijo con firmeza, al tiempo que guardaba lentamente su espada.
Sorprendido por la respuesta, el dragón, cuyo nombre era Eldran, inclinó su cabeza gigantesca para estudiar a la intrépida visitante.
La conversación que siguió fue la más extraordinaria que Amelie hubiera tenido jamás.
El dragón no solo habló de tesoros e historias antiguas, sino que también confesó su soledad en las montañas.
Amelie escuchaba fascinada las historias de Eldran, quedando claro que el dragón no era responsable de los ataques a las aldeas.
Hablaron durante horas y, a medida que el tiempo transcurría, un inimaginable sentimiento de camaradería floreció entre ellos.
El dragón le concedió un obsequio a la princesa, una gema encantada que brillaba con un fulgor interno, y le prometió ayuda si alguna vez la necesitaba.
Al regresar al castillo, Amelie compartió con su padre y consejeros las revelaciones del dragón.
Entre planes y discusiones, se desenmarañó una posible trama de un visir ambicioso que buscaba la corona, maquinando un engaño que involucraba los ataques.
Con el apoyo de Eldran, se expuso al traidor y se restableció la paz en el reino.
El dragón, ya no un temor sino una leyenda viva y aliada, se convirtió en el protector de Altheria.
A su vez, la princesa Amelie fue honrada como heroína y sabia, admirada por su valentía y justicia.
La amistad entre el dragón y la princesa se fortaleció con los años, siendo un símbolo de esperanza y unidad para el reino entero.
Moraleja del cuento «La princesa y el dragón: una historia de amistad inesperada»
En las ricas telas de la existencia, los hilos de la valentía y la comprensión se entrelazan para bordar relaciones inesperadas.
Que este relato sea un recordatorio de que la amistad verdadera no conoce de fronteras, especies o reinos, y que la luz de la bondad puede disolver las sombras de la soledad y el miedo.
Abraham Cuentacuentos.