La princesa y la bruja
El reino de Eldoria, conocido por sus fértiles campos y cielos despejados, llevaba semanas sumido en una extraña penumbra.
La tierra se había vuelto árida, los ríos se habían secado y las cosechas se marchitaban antes de dar fruto.
El pueblo estaba inquieto, murmurando en voz baja mientras evitaban cruzar la mirada con los guardias reales.
Algo oscuro acechaba al reino, algo que nadie podía explicar.
En la sala del trono, el rey Aldric escuchaba a sus consejeros debatir sobre el origen de la desgracia.
Algunos culpaban a los dioses, otros hablaban de un castigo por antiguas ofensas. Pero todos coincidían en un solo nombre: Cyra.
—Dicen que ha vuelto —susurró uno de los ancianos del consejo—. La bruja que una vez intentó apoderarse del reino.
El rey Aldric entrecerró los ojos.
—Cyra fue desterrada hace muchos años. Nadie la ha visto desde entonces.
Pero las señales eran inconfundibles.
La bruja había regresado, y su sombra cubría Eldoria como un velo helado.
Oculta tras un pilar, la princesa Valora escuchaba la conversación.
Había oído hablar de Cyra en los cuentos de su infancia, siempre retratada como una hechicera cruel, capaz de desatar tormentas y oscurecer el sol con un simple movimiento de su mano.
Pero algo en esas historias nunca le había parecido del todo cierto.
Esa noche, Valora decidió no esperar más.
Tomó su espada, una reliquia de la familia real, y se preparó para partir.
No podía quedarse sentada mientras el reino se desmoronaba. Si Cyra era la responsable, debía enfrentarse a ella.
Justo cuando cruzaba las puertas del castillo, una voz familiar la detuvo.
—Sabía que lo harías.
Era Darian, su más fiel amigo y el mejor caballero del reino.
—Si vas a buscar a Cyra, iré contigo.
—No puedes —respondió Valora—. Es demasiado peligroso.
—Por eso mismo no te dejaré ir sola.
Valora sabía que discutir con Darian era inútil. Suspiró y asintió.
—Está bien. Pero mantente cerca.
Ambos montaron sus caballos y partieron hacia el Bosque Sombrío, donde, según los relatos, se alzaba la torre de Cyra.
El bosque parecía cobrar vida a su alrededor.
Las ramas se enroscaban como garras, las sombras se movían con formas inquietantes.
Más de una vez sintieron que eran observados.
—Algo nos sigue —susurró Darian.
Valora asintió. También lo sentía.
A medida que avanzaban, los árboles se volvían más retorcidos, y la niebla se hacía más espesa.
De repente, una ráfaga de viento helado les cortó el paso.
Ante ellos, un puente de piedra cruzaba un río oscuro y turbio.
Pero apenas pusieron un pie sobre él, la estructura comenzó a resquebrajarse.
—¡Corre! —gritó Valora.
Darian saltó al otro lado justo a tiempo. Valora, con el corazón latiendo con fuerza, se impulsó con todas sus fuerzas.
Sintió que sus pies resbalaban… pero en el último momento, Darian la sujetó del brazo y la ayudó a subir.
—Gracias —jadeó Valora.
Darian sonrió.
—No pensaba dejarte caer.
Siguieron avanzando, pero los desafíos no habían terminado.
Más adelante, un campo de espejos flotaba en el aire, reflejando imágenes distorsionadas.
Valora vio su reflejo atrapado en una jaula, incapaz de moverse. Darian se vio solo, sin nadie a quien proteger.
—No son reales —susurró Valora.
—Solo intentan confundirnos —agregó Darian.
Dieron un paso adelante y los espejos se hicieron añicos.
Finalmente, después de largas horas de viaje, la torre de Cyra apareció ante ellos.
La estructura era alta y retorcida, con ventanas estrechas que parecían ojos observando en la oscuridad.
En la puerta, esperándolos, estaba la bruja.
—Bienvenidos, viajeros.
Su voz era como el eco del viento en las montañas.
—Han llegado más lejos de lo que imaginé.
Valora apretó la empuñadura de su espada.
—Si eres responsable de la maldición que azota Eldoria, exijo que la levantes.
Cyra sonrió.
—¿Maldición? No hay tal cosa. Solo he mostrado a tu reino lo que en realidad es.
Darian frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Cyra chasqueó los dedos y, de repente, la torre desapareció. Valora y Darian se encontraron en el centro de Eldoria… o al menos en lo que parecía ser Eldoria, pero en ruinas.
Las casas estaban derrumbadas, la gente caminaba como sombras, sin esperanza.
En el trono del castillo, el rey Aldric estaba sentado con la mirada perdida.
—Esto no es real —susurró Valora.
—Es el futuro —dijo Cyra—. Un futuro donde el miedo y la desesperanza gobiernan.
Darian apretó los puños.
—No tiene por qué ser así.
—Pero lo será, a menos que encuentren la fuerza para cambiarlo —respondió Cyra.
Valora cerró los ojos.
Sabía que la única forma de derrotar la oscuridad era enfrentándola con luz.
Cuando volvió a abrirlos, la ilusión comenzó a desmoronarse.
Cyra los miró con interés.
—Han superado la prueba.
—¿Prueba? —repitió Valora.
Cyra asintió.
—No soy yo quien trae la oscuridad a Eldoria. Es el miedo del pueblo, su desesperanza. Pero ustedes han demostrado que aún hay quienes creen en la luz.
Valora entendió en ese momento.
—Si puedes mostrarles su miedo, también puedes mostrarles cómo enfrentarlo.
Cyra inclinó la cabeza.
—Quizás tienes razón.
Y así, en lugar de maldecir al reino, la bruja comenzó a enseñar a la gente a ver más allá de sus temores.
Eldoria renació, más fuerte que nunca.
Valora y Darian regresaron como héroes, pero sabían que el verdadero cambio había comenzado en el corazón de cada habitante.
Y Cyra, la bruja que todos temían, se convirtió en la guía que enseñó al reino que la valentía no consiste en no tener miedo… sino en enfrentarlo con el corazón en alto.
El regreso a Eldoria fue muy diferente al viaje de ida.
Ya no había niebla en el bosque, ni sombras acechando entre los árboles.
El aire era más claro, como si la misma naturaleza hubiera sentido el cambio en la bruja Cyra.
Valora y Darian cabalgaban con Cyra a su lado, quien, aunque aún envuelta en su manto oscuro, parecía menos amenazante.
Al llegar a la ciudad, los habitantes se sorprendieron al verlos acompañados por la hechicera.
Algunos retrocedieron con miedo, mientras otros murmuraban entre sí.
—No teman —dijo Valora, desmontando de su caballo—. Cyra no es nuestra enemiga.
El rey Aldric los esperaba en la entrada del castillo. Miró con recelo a la bruja y luego a su hija.
—¿Por qué has traído a la causante de nuestra desgracia?
Valora se mantuvo firme.
—Porque ella no es la causante de nada. Nos ha mostrado que el verdadero enemigo de Eldoria es el miedo.
Cyra dio un paso adelante, su mirada fija en el rey.
—Su pueblo ha dejado que la desesperanza lo consuma. Mi magia no ha hecho más que reflejar eso. Pero puedo ayudar a revertirlo, si están dispuestos a escuchar.
El rey Aldric dudó, pero al ver la determinación en los ojos de su hija, asintió con cautela.
—Muy bien. ¿Cómo propones ayudar?
Los días siguientes fueron diferentes a cualquier cosa que Eldoria hubiera vivido antes.
Cyra comenzó a enseñar a la gente cómo enfrentar sus propios miedos.
Con su magia, mostraba a cada persona lo que más temía, pero en lugar de usarlo en su contra, les ayudaba a comprenderlo.
Los campesinos que temían perder sus cosechas aprendieron a trabajar juntos y compartir sus recursos.
Los soldados que temían la guerra aprendieron que la verdadera fuerza no estaba en la espada, sino en la unidad.
El pueblo comenzó a cambiar. Las cosechas volvieron a crecer, los ríos se llenaron de agua cristalina y, poco a poco, la oscuridad que había envuelto Eldoria se disipó.
Pero no todos aceptaron fácilmente la presencia de Cyra.
—Sigue siendo una bruja —susurraban algunos—. ¿Qué pasa si vuelve a traicionarnos?
Valora escuchó estos rumores, pero no permitió que la desalentaran.
Un día, al ver a Cyra en la torre más alta del castillo, contemplando el horizonte con expresión melancólica, Valora se acercó.
—Siguen sin confiar en ti, ¿verdad?
Cyra soltó una risa baja.
—Después de tantos años de temor, no los culpo.
Valora la observó en silencio por un momento.
—¿Por qué volviste a Eldoria? Podrías haber seguido en tu torre, alejada de todos.
Cyra desvió la mirada.
—Porque alguna vez también fui parte de este reino.
Valora frunció el ceño.
—¿Qué?
La bruja suspiró.
—Hace muchos años, cuando aún era una joven aprendiz de magia, vivía aquí, en Eldoria. Pero el miedo a lo desconocido hizo que me desterraran. Me convertí en lo que el mundo creía que era: un monstruo.
Valora sintió un nudo en la garganta.
—Pero ahora tienes una oportunidad de demostrarles quién eres realmente.
Cyra la miró con gratitud.
—Gracias, princesa.
Los meses pasaron, y con el tiempo, la gente de Eldoria dejó de ver a Cyra como una amenaza.
Se convirtió en la consejera del rey, ayudando a proteger el reino no con guerra, sino con conocimiento.
Valora creció con la certeza de que no siempre los villanos son lo que parecen, y que la verdadera valentía no está en la espada, sino en el corazón.
Darian siguió siendo su fiel compañero, y juntos, protegieron el reino de muchas otras amenazas, siempre recordando la lección que Cyra les había enseñado: el miedo solo tiene poder si se lo permitimos.
Eldoria prosperó, no solo por la magia de Cyra o la valentía de Valora, sino porque su pueblo aprendió a creer en sí mismo.
Y así, la historia de la princesa y la bruja no se convirtió en una leyenda de guerra y venganza, sino en un cuento de redención y esperanza, contado de generación en generación.
Moraleja del cuento «La princesa y la bruja»
El verdadero valor no está en la fuerza ni en la batalla, sino en la capacidad de comprender y superar nuestros propios miedos.
A veces, quienes parecen enemigos solo necesitan una segunda oportunidad, y la verdadera magia radica en la compasión, la unidad y la voluntad de cambiar.
Abraham Cuentacuentos.