El antiguo convento y las monjas espectrales que vagan por los pasillos
En lo profundo de una densa y oscura sierra, custodiado por árboles centenarios y montañas imponentes, yacía el convento Santa Clara. Abandonado desde hace décadas, aquel edificio se convirtió en blanco de rumores y leyendas que helaban la sangre de quienes osaban mencionarlo. Sus muros de piedra estaban cubiertos por el musgo y la maleza se arremolinaba en torno a sus muros.
Carmen y Rubén, una pareja de investigadores paranormales, se entusiasmaron con la idea de explorar los secretos del convento. Carmen, una mujer de estatura media, con ojos verdes inquietantes y cabellos oscuros, era conocida por su sagacidad y valor. Rubén, por otro lado, era un hombre alto, de complexión robusta y cabellos castaños, cuya serenidad contrastaba con el torbellino de emociones que Carmen irradiaba.
Tomaron el camino hacia el convento al anochecer, bajo un cielo encapotado y ventoso. Al ver el antiguo edificio en el horizonte, un escalofrío recorrió sus espinas dorsales. Un silencio sepulcral envolvía el lugar, interrumpido solo por el murmullo del viento y el crujido de las ramas.
«Esto es justo lo que estamos buscando,» comentó Rubén impávido, mientras ajustaba su cámara de video.
«Espero que estés preparado para lo que podamos encontrar aquí,» replicó Carmen, con una mezcla de emoción y aprehensión en su voz.
Cruzaron el umbral de la pesada puerta de madera que apenas se mantenía en pie. Al entrar, los recibieron sombras y ecos de un pasado tenebroso. Los pasillos eran angostos y serpenteaban como un laberinto insondable. En sus paredes se podía ver pinturas de santos y mártires, desgastadas con el tiempo.
De pronto, Carmen sintió como una bruma fría le acariciaba el hombro. «¿Sentiste eso?», preguntó temblorosa.
Rubén la miró y asintió. «Sí, hay algo aquí con nosotros, pero no estamos solos en este viaje,» dijo tratando de calmarla. Avanzaron cautelosamente, inspeccionando cada rincón y escuchando atentos los sonidos que parecían emanar desde el fondo de la Tierra.
Subieron las escaleras que llevaban al segundo piso y, de repente, una figura espectral de una monja se materializó ante ellos. Lucía un hábito gris y un rostro pálido con ojos vacíos.
«¿Quién eres? ¿Qué quieres?», gritó Carmen, su voz resonando en los amplios corredores.
La monja los miró con tristeza. «Ayudadnos… necesitamos descanso,» susurró antes de desvanecerse en el aire.
Incapaces de contener su curiosidad, siguieron explorando. Llegaron a una antigua capilla, donde encontraron un diario empolvado en el altar. Las páginas amarillentas revelaban la trágica historia del convento. Las monjas fueron encerradas durante una epidemia de peste que diezmo la región. Fueron dejadas a su suerte y fallecieron en agonía, sus almas atrapadas entre los muros del convento.
«Debemos hacer algo,» dijo Rubén, con determinación en sus ojos. «No podemos dejarlas sufrir eternamente.»
Prepararon un ritual de liberación basado en antiguas escrituras que Rubén había estudiado. Reunieron objetos sagrados y emprendieron la ceremonia al caer la medianoche. El ambiente se tornó aún más pesado y el aire estaba cargado de una energía palpable.
Durante el ritual, varias figuras espectrales aparecieron, rodeando a la pareja. Carmen sintió su corazón latir frenéticamente, mientras Rubén mantenía la calma, recitando oraciones. Las almas de las monjas parecían luchar entre el dolor y la esperanza de ser liberadas.
En un momento culminante, una luz cegadora llenó la capilla. Carmen y Rubén cerraron los ojos, mientras sentían una oleada de paz que los envolvía. Al abrir los ojos, las figuras espectrales habían desaparecido y un silencio reconfortante llenaba el lugar.
«Lo logramos,» dijo Carmen, con lágrimas de alivio y felicidad en sus ojos.
Rubén sonrió ampliamente. «Sí, sus almas finalmente han encontrado descanso.»
De regreso a casa, la pareja reflexionó sobre lo ocurrido. Sabían que habían presenciado algo extraordinario y logrado un gran bien. Con el convento en paz, los rumores y leyendas comenzaron a desvanecerse, y el lugar dejó de ser temido, recordado en su lugar como un símbolo de liberación y redención.
Desde aquel día, Carmen y Rubén continuaron su labor con más ahínco, sabiendo que, en ocasiones, enfrentarse al terror puede traer consigo una paz inesperada y duradera.
Moraleja del cuento «El antiguo convento y las monjas espectrales que vagan por los pasillos»
A veces, enfrentarse a nuestros miedos más profundos es necesario para encontrar la paz y la redención. Los lugares más oscuros pueden esconder las almas más necesitadas de ayuda; y con valor, empatía y perseverancia, podemos traer luz a donde antes sólo había desesperación.