La historia de la gallina y el jardín de las flores parlantes de la primavera
Había una vez, en el apacible campo de San Miguel, una gallina llamada Matilde. Matilde era una gallina de plumas doradas que brillaban bajo el sol como si estuvieran hechas de oro. Sus ojos, de un color castaño claro, eran dos ventanas a un alma curiosa y diligente. A pesar de su naturaleza tranquila, Matilde albergaba un espíritu aventurero que anhelaba explorar más allá del gallinero.
Una mañana de primavera, mientras Matilde picoteaba despreocupadamente en el prado, descubrió una rendija en la cerca del gallinero. “¿Qué habrá más allá?”, pensó, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. Tras un breve momento de duda, decidió investigar y se deslizó por el hueco. Al otro lado, se encontró con un sendero cubierto de flores silvestres que parecían susurrar al viento. Se aventuró por él, ajena a lo que iba a descubrir.
Matilde se adentró en el bosque cercano y allí, bajo la sombra de los robles y encinas, se topó con una puerta de madera antigua cubierta de musgo. Su apariencia desgastada y el color desvaído del rojo antiguo llamaron su atención. Empujada por el destino, Matilde picoteó la puerta, llamando a la entrada misteriosa. Para su gran sorpresa, la puerta se abrió con un leve chirrido.
Al cruzar umbral, Matilde encontró un jardín lleno de flores de colores vibrantes que parecían cantar al unísono. Las amapolas, girasoles y margaritas no solo llenaban el aire con su dulce fragancia, sino que también emitían una melodía embriagadora. “Bienvenida, Matilde,” resonó una voz suave y melodiosa. “Hemos estado esperando por ti”. Matilde miró a su alrededor, desconcertada. “¿Quién habla?”, preguntó.
Una margarita de pétalos blancos comenzó a moverse. “Soy yo, Petunia, la margarita parlante. Este es el Jardín de las Flores Parlantes de la Primavera. Hemos oído hablar de tu valentía y curiosidad, y necesitamos tu ayuda,” explicó la flor. Matilde inclinó la cabeza, alzando una ceja. “¿Mi ayuda? ¿Para qué podría servir una gallina en un jardín de flores?” preguntó con escepticismo.
“Nuestro jardín está siendo amenazado por una sombra maligna que ha estado robando nuestro color y música,” explicó Petunia con tristeza. “Solo alguien puro de corazón y valiente puede enfrentarse a esta oscuridad. Creemos que tú eres esa heroína”. Matilde, conmovida por las palabras de Petunia, asintió determinadamente. “Haré lo que sea necesario para ayudaros,” prometió.
Armada con su coraje y guiada por un grupo de flores centinelas, Matilde se aventuró hacia la parte oscura del jardín. Allí, bajo un cielo nublado y opaco, la vegetación había perdido su brillo y las flores estaban marchitas y en silencio. Al llegar al centro del sendero ennegrecido, apareció la sombra, una figura etérea envuelta en niebla que parecía absorber la luz a su alrededor.
“¿Quién osa desafiarme?”, retumbó una voz gutural desde la sombra. Matilde, a pesar de su temor, dio un paso adelante. “Soy Matilde, la gallina dorada,” proclamó con firmeza. “Estoy aquí para devolver el color y la música a este jardín”. La sombra se rió, un sonido escalofriante que resonó en todo el jardín. “¿Una simple gallina? No me hagas reír”.
Pero Matilde no se dejó intimidar. Recordando las enseñanzas de su abuela, una gallina sabia, comenzó a cantar una vieja melodía que hablaba de esperanza y luz. La voz de Matilde, aunque no tan melodiosa como la de las flores, llevaba una pureza que comenzó a penetrar la oscuridad. Mientras cantaba, las flores marchitas empezaron a levantar sus pétalos, volviendo a la vida lentamente.
La sombra, sintiendo su poder disminuir, intentó atacar a Matilde, pero ella continuó cantando con aún más fuerza. Cada nota que salía de su pico parecía repeler la oscuridad, y pronto, un rayo de sol se abrió paso entre las nubes, iluminando el jardín. Las flores recuperaron su color y la música volvió a llenar el aire.
Finalmente, exhausta por el esfuerzo, la sombra comenzó a disiparse, dejando atrás solo un eco de su risa. “No puede ser… vencida por una gallina,” fueron sus últimas palabras antes de desaparecer completamente. El jardín entero aplaudió y vitoreó, honrando la valentía de Matilde.
Petunia se acercó a ella, sus pétalos brillando con renovada frescura. “Gracias, Matilde,” dijo con gratitud. “Has salvado nuestro hogar. Eres nuestra heroína”. Matilde, aunque cansada, sonrió con orgullo. “Solo hice lo que sentía correcto,” respondió humildemente.
Matilde regresó al gallinero con una historia increíble para compartir. Las demás gallinas la rodearon, escuchando con asombro su relato. “¡Nunca había oído algo así!” exclamó una de las gallinas jóvenes, llamada Clara. “Eres realmente asombrosa”. Matilde sonrió y picoteó suavemente el suelo. “No hay nada asombroso en ser fiel a uno mismo y ayudar a los demás,” dijo.
Con el paso del tiempo, Matilde fue conocida como la heroína del gallinero, y su historia se transmitió a través de generaciones, inspirando a todas las gallinas a ser valientes y ayudar a los necesitados. El jardín de las flores parlantes prosperó y cada primavera las flores cantaban en honor a su salvadora.
Y así, Matilde vivió una vida larga y feliz, recordada no solo por su valentía, sino por su corazón generoso. Nunca más sintió la presión de demostrar su valía; sabía que había llevado luz a donde reinaba la oscuridad y eso era suficiente.
Moraleja del cuento “La historia de la gallina y el jardín de las flores parlantes de la primavera”
La valentía no siempre se mide por la fuerza, sino por la pureza del corazón y la determinación de hacer lo correcto. A veces, los seres más humildes pueden realizar los actos más grandes.