Sapo y la princesa en una aventura jamás contada
En el reino de Floralia, donde los jardines siempre florecían y los pájaros siempre cantaban, vivía la princesa Elinor.
Su belleza era tal que los reinos lejanos enviaban emisarios solo para describir la magnificencia de su mirada verde esmeralda y su cabello dorado, que caía en cascadas de bucles perfectos.
Pero Elinor poseía más que solo belleza; su bondad y valentía eran conocidas en cada rincón del reino.
Sin embargo, no todos sabían de la tristeza que albergaba en su corazón: un hechizo lanzado por una bruja envidiosa la había condenado a no encontrar nunca el verdadero amor.
Una mañana, mientras paseaba por el bosque encantado que bordeaba el castillo, Elinor se topó con un sapo de piel verdosa y ojos brillantes como estrellas.
El sapo, sin embargo, no era un sapo común. Éste era Eldwin, un príncipe de un reino lejano, transformado por la misma bruja que había maldecido a Elinor.
«Princesa Elinor, sé que puede parecerte extraño, pero estoy buscando ayuda para romper una maldición,» croó Eldwin con voz humana, haciendo un saludo con su pequeña pata.
Elinor, sorprendida pero no asustada, se inclinó hacia el sapo. «Dime, ¿cómo puedo ayudarte? ¿Y cómo sabes mi nombre?»
«Las hojas del bosque susurran tu nombre por doquier, y tu bondad es sabida hasta en los rincones más oscuros de Floralia.» Eldwin continuó, «Para romper mi maldición, debo recibir un beso de una princesa auténtica, en el lugar donde los sueños se encuentran con la realidad.»
Intrigada, la princesa respondió, «Te ayudaré en tu búsqueda, pero también llevarás mi carga. La misma bruja que te maldijo impide que yo encuentre el verdadero amor.»
Los dos comenzaron un viaje que los llevó a través de paisajes luminosos y oscuros: desde los campos llenos de amapolas danzantes hasta las montañas grises donde el sol apenas hacía una aparición.
En el camino, Elinor y Eldwin se encontraron con personajes que les ofrecieron tanto sabiduría como obstáculos.
Un anciano sabio, de barba larga y blanca como la nieve, se les apareció en una encrucijada. «Sólo el amor verdadero puede romper las más fuertes maldiciones,» les dijo. «Pero deben enfrentar sus mayores miedos primero.»
Elinor y Eldwin siguieron adelante, y llegaron a un lago encantado donde las aguas reflejaban no la realidad, sino los pensamientos más oscuros de quienes se miraban en su superficie.
Allí, la princesa vio su profunda soledad y el sapo, su añoranza por su reino perdido.
«Este es el lugar donde los sueños y la realidad se intersectan,» musitó Eldwin. «Pero, ¿será suficiente un beso?»
Con un aliento cargado de esperanza, Elinor respondió, «Sólo lo sabremos si lo intentamos.»
La princesa besó suavemente al sapo, y en un destello de luz dorada, Eldwin regresó a su forma humana.
Alto y gallardo, sus ojos aún brillaban con la misma intensidad que antes. «Lo has logrado, Elinor,» dijo él, su voz ahora profunda y resonante.
Sin embargo, aunque Eldwin recuperó su forma, la tristeza de Elinor no se desvaneció. «Aunque hemos roto tu maldición, yo sigo sin poder encontrar el verdadero amor,» confesó con pesar.
Eldwin tomó las manos de Elinor entre las suyas. «Tal vez, en nuestra unión para derrotar estas maldiciones, hemos hallado algo más profundo y verdadero.» Sus palabras resonaron en el corazón de Elinor, quien sintió, por primera vez en mucho tiempo, una calidez sincera.
El príncipe rogue espió y conspiró desde el umbral de los oscuros árboles, una figura que planeaba su propio ascenso al poder aprovechando las maldiciones.
No obstante, un rayo de luz divina lo inmovilizó, como si el destino mismo rechazara su presencia vil.
«Juntos somos más fuertes que cualquier maldición,» continuó Eldwin, «y quizás en cada adversidad, hemos construido el verdadero amor que buscabas.»
Al pronunciar estas palabras, una luz inmensa envolvió a ambos y Elinor sintió cómo su corazón se liberaba de la pesada carga.
En un giro del destino, la magia que los unió también los liberó, pues la bruja, habiendo entendido que el verdadero amor no puede ser condenado, desapareció, llevándose sus hechizos con ella.
Elinor y Eldwin regresaron a Floralia, donde reinaron con sabiduría y compasión, llevando paz y prosperidad a su pueblo.
Eran una pareja indomable, reflejo del amor que florece incluso en las condiciones más imprevisibles y desafiantes.
Sus gestos de amor y valentía inspiraron canciones y relatos que se contaron durante generaciones, demostrando que, aunque los caminos sean difíciles y las pruebas arduas, el verdadero amor siempre encuentra la manera de hacerse eterno.
Moraleja del cuento «Sapo y la princesa en una aventura jamás contada»
Incluso cuando los desafíos parecen insuperables y las maldiciones inquebrantables, el verdadero amor y la valentía pueden superar cualquier barrera.
Enfrentar tus miedos y apoyarse en los demás es el camino para conquistar tanto el destino como el corazón.
Abraham Cuentacuentos.